Aburridos, cansados de dar vueltas por ese pueblo en el que viven con rótulo de ciudad, se recostaron en el pasto verde de la única plaza del lugar. Ella apoyó su cabeza en el vientre de él y mirando el cielo preguntó: ¿a quién quieres? El joven, con una sonrisa repreguntó: ¿acaso quieres que te responda “a ti”? La muchacha sonrió. Sólo quiero que me respondas – le dijo y siguió - no hay tanta ciencia detrás de la pregunta.
¿Qué es querer? – preguntó el muchacho. Tras un largo silencio continuó: Sabes… querer implica cierto grado de posesión, si te quiero es porque pienso en tenerte; o tal vez comprarte, o alquilarte, esperar a que alguien me de cómo obsequio tu persona. Si digo que te quiero, estoy diciendo que aún no te tengo y te conviertes en deseo, en algo que pretendo conseguir, en un objeto.
Yo te quiero – lo interrumpe ella.
Él se corrió del lugar para mirarla: ¿entonces no me tienes?
Yo no te compré, no te alquilé y nadie me regaló tu persona – dijo y lo abrazó – además, aún te deseo y deseo tenerte, aún eres mi anhelo. Mi idea no es que ya te tengo, mi idea es tratar de conseguirte siempre; si te adquiero como objeto, te conviertes en eso y pierdo el interés al tiempo o te colecciono junto a otros, como quien colecciona estampillas. O, peor aún, te vendo o te permuto y me desligo del asunto.
Cuando consideras que ya tienes lo que deseaste, pierdes esa magia que tuviste al usar todo tipo de estrategia para conseguirlo, sea cual fuere la misma. Para resumírtelo de una vez, te quiero porque si dejara de quererte algún día todo mi interés desaparecería y serías algo en desuso o gastado o roto, algo que deba tirar o guardar en un cajón para que, a lo sumo, no te pierdas. Te quiero entonces porque si asumo que ya te tengo completamente, dejarás de interesarme para buscar otro interés.
Y él la besó, como quien calla cuando se da cuenta que ha sido superado.
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